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Alfonso López MonrealEn la profundidad de lo humano
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La obra de Alfonso
López Monreal ha atravesado por una gran variedad de
medios, estilos y temas influenciados por los ambientes donde el pintor ha
trabajado. Su obra contiene una diversidad de elementos materiales y conceptuales
que roban la atención del espectador y lo seducen a través de texturas y
matices cálidos y sensuales. Los discursos que el autor ha encontrado en el
arte, así como el lenguaje que construyó con el paso de los años, han
conquistado un amplio número de receptores en torno a su su obra. Los colores del desierto, sus formas y los elementos mismos como arcillas
y pigmentos caracterizan las piezas que el artista compone actualmente.
El taller del maestro López Monreal se
encuentra en el centro de la ciudad de Zacatecas, en los contornos de su corazón,
la Catedral. La residencia del artista posee una privilegiada vista a las
edificaciones barrocas más antiguas de la colonia, puertas y ventanas enmarcadas con cálidas canteras se alinean
sobre ordenadas baldosas para conducir al caminante hacia el antiguo templo de
San Agustín, importante sede para el arte contemporáneo en nuestros días. En el
nivel inferior de la casa del maestro está la sala de estar, con balcones a la
calle que iluminan los azulados tapices de mullidos cojines, sobre los cuales,
cómodamente sentado, Poncho se dispone a entablar una charla.
—Los
personajes siempre han sido una constante en tu trabajo, unas veces más
realistas pero siempre figurativos. En las últimas obras los hemos visto
minimizarse en los materiales de la pintura.
—Más que si son realistas, figurativos o
abstractos por encima de todo eso está el lenguaje mismo del dibujo. Lo que me
importa es el trazo. Algo que a veces Giacometti decía sobre el estilo, esa palabra entendida de formas tan distintas y que
sigue siendo como un lenguaje propio. Creo que en esto de las artes plásticas
todos estamos buscando una manera de decir las cosas y yo siempre he sido un
ferviente seguidor de corrientes tradicionales del dibujo pero este, a su vez,
va evolucionando siempre para tratar de encontrar una forma propia de decir las
cosas. Entonces el trazo es como una firma. Por eso a veces hago cosas un poco
más figurativas, a veces menos, a la mitad, no sé. A veces se acercan a ciertos
estilos, a veces se alejan. Y cuando hablo de estilos me refiero a movimientos
muy importantes que se dieron en el siglo XX y que de alguna forma yo fui parte
o consecuencia de todos esos. Y cada quien tenemos una forma muy particular de
hacerlo: yo lo hago a través de la figura, siempre la figura. Aunque ahora de
repente se esconde atrás de materiales.
—Hay mucha
textura en tu trabajo reciente: la suavidad y calidez de la cera está cargada
de una sensualidad que apela a otros sentidos, además de la vista, como el
tacto y el olfato.
—Yo le llamo «la cocina». Me encanta esa
expresión, que ya ha sido usada antes, y que se refiere a mis materiales, mi
estudio. Antes usaba los materiales «al servicio de» –o sea para enriquecer
algo–, pero cada vez van imponiéndose y ellos solos van a lo que deben hacer.
Así es esto de la pintura y eso es una forma muy honesta de lo que estás
usando, porque antes eran una parte decorativa, por decirlo así. En mi caso,
que tengo muchos años trabajando encáustica, la cera es cada vez más cera,
antes era más pintura y ahora es más cera como tal. Y la cera tiene muchas
connotaciones, desde místico-religiosas hasta sensuales, como tú lo dices;
cuando sientes la cera un poco liquida, un poco caliente: digo, manejar esos
materiales, si eso no es sensual, es porque algo anda mal (risas).
—Los
protagonistas de tu obra son personajes urbanos, en su mayoría individuos
anónimos y solitarios dentro de contextos bien determinados, como las cantinas.
—No puedes escribir o pintar de lo que no
sabes o de lo que no has vivido, a mí nunca me ha dado por los paisajes. Yo voy
a la playa y me aburro al tercer día, a menos que lleve un buen libro y haya
sombrita (risas). Pero claro que me gusta la montaña, me gusta ver salir la
luna en Zacatecas, su cielo, etc., etc., pero no me afecta en mi trabajo o en
mi forma de imaginar y de crear; no me afecta tanto como el aspecto humano, los
personajes, los que te encuentras obviamente en las cantinas. Las relaciones
que tú tengas con otras personas, de todos tipos, de amistad, de amor, de sexo
o lo que tú quieras. Para mí eso es lo verdaderamente humano y lo otro es la
naturaleza, esa ahí está.
—¿Qué te atrae más de una persona?
—Precisamente lo humano. La gente que ha
tenido experiencias, que ha sufrido, que ha vivido, que tiene cosas que contar.
Que ha leído o que tiene historias que contar, no sé. Y no necesariamente que
sea algo que tengas que entender. Simplemente es un mundo tan rico en imágenes
para mí. Tanto las reales, entre comillas, o sea las que ves en los espacios,
las caras, las expresiones y el ambiente que hay; de alegría, tristeza o lo que
tú quieras. Ese aspecto casi como metafísico que no se entiende, de misterio, y
lo que más se le acerca a ese misterio es el arte. Casi casi es la única forma humana de poder trasmitir eso que sientes. Como una forma
egoísta de expresión propia pero luego se vuelve en una forma de comunicación
con los demás.
—Cuando
una persona te llama la atención, ¿te quedas en su contemplación o te interesa
hablar con ella?
—Me interesa hablar siempre: yo he hecho muy
pocos retratos, contados con los dedos de la mano y es precisamente porque
estoy convencido de que vemos tantos rostros y tanta gente caminar por la calle
pero realmente no sabemos de qué están hechas, por decirlo así (risas).
—Lo que te
interesa de un personaje es su historia.
—Exacto, lo que hay dentro de ellos: para mí
eso es lo importante y de alguna forma con la nueva etapa de mi pintura es lo
que trato de decir, esa frustración de ver cosas pero que no sabemos qué hay
realmente atrás de ellas. Por eso me valgo de los mismos elementos pictóricos
para ponerlos al frente y dejar detrás de ellos todo ese drama, todo ese
discurso. En mi pintura hay muchos diálogos, vamos a decir entre dos personas:
pudieran ser momentos del teatro de Beckett, por ejemplo; no es que me esté
comparando, para nada, pero pudieran ser personajes ahí dialogando, a veces
hasta cosas aparentemente incoherentes, a veces hasta absurdos, etc., pero que
se dan muy comúnmente.
—Esos
personajes sociales, que buscan el diálogo entre ellos sin salir de sus
solitarios monólogos, de alguna manera retratan la vida contemporánea de las
grandes ciudades.
—¡Totalmente!, y esa frustración que todos llevamos dentro, de
sentirnos rodeados de tanta gente y con tanta soledad, ésos son los tipos de
cosas que me interesan mucho.
—¿Recuerdas alguna persona que te haya impresionado tanto como
para hacer una obra?
—Muchas, desde personajes conocidos como Juana
Gallo –de la que hice toda una serie–, o imágenes religiosas como pueden ser el
Santo Niño de Atocha y cosas así (risas). Pero sobre todo por el ambiente tan
cargado que se crea alrededor de estas imágenes, por decirlo así. Pero igual se
lleva uno sorpresas con gente de la que menos se puede esperar uno en
personajes totalmente desconocidos, totalmente anónimos, que con una frase te
dicen muchas cosas. A mí me encanta el humor.
—¿Te gusta el humor de la «picardía mexicana»?
—O incluso a otros niveles como
Ibargüengoitia, pero sobre todo ese humor. Yo todas las mañanas desayuno con un
primo y él siempre está buscando el lado cómico; muchas veces es un humor muy
negro, pero mucho muy negro. Muchas veces ante la situación por la que pasa
nuestro país, nuestra gente nos ayuda a sobrellevar tanta crisis y tanta
estupidez de nuestros políticos. Pero bueno, ya se vuelve parte de nuestra
idiosincrasia, de nuestra cultura o identidad. Entonces eso es muy difícil de
llevarlo a un plano pictórico. ¡Como me gustaría que mi obra tuviera esa
riqueza de sentimientos que tiene la vida misma!
—¿Recuerdas un personaje que te sorprendiera porque a primera
vista te formaste una imagen suya y al hablar con él cambiara totalmente tu
percepción?
—Se da mucho en la mujer: cuántas mujeres que
te atraen físicamente y cuando hablas con ellas dices «Ah caray» (risas). Un
ejemplo más de que no todo es el físico, hay muchas cosas que son mucho más
importantes. Pero también nos sucede con muchos tipos, inclusive líderes
políticos que tuvimos, gente que creíamos que tenían cierta ideología y los
vimos de alguna forma así. También un poco quizás con la edad: no es que me
sienta viejo, sino que siento que antes las novelas se me hacían increíbles,
todo ficción; ahora leo las novelas y ya siento que viví mucho de lo que estoy
leyendo, o pienso «yo estuve ahí», es increíble esa parte.
—Conocedores
de tu afinidad por la literatura y de tu amistad con poetas, ¿puedes
mencionarnos con cuáles escritores te has identificado en diversas etapas de tu
vida?
—¡Con tantos! A mí me ha marcado mucho la poesía. Siempre me ha
acompañado desde que de chiquillo me gané un concurso de escuela y me dieron
las obras completas de López Velarde. Y luego vas encontrando a Gorostiza y a
todos los grandes poetas como Villaurrutia y toda esa
época que ya era una poesía más moderna. En los países en que he estado he
tenido la suerte de hacer amistad con escritores y poetas y he participado, no
como poeta claro, en varios festivales de poesía en Irlanda de un gran nivel.
Convivir con tantos poetas también ha sido importante porque entre ellos
también ha habido verdaderos personajes de una inteligencia y una sensibilidad
increíble. Yo puedo decir que muchas veces he acusado y me acuso a mí mismo de
que los pintores somos muy analfabetos y muchas veces te encuentras con muchos
pintores y poetas que son muy ciegos pero no puedes generalizar. Para mí, hay
personajes dentro del mundo de la plástica que tienen un pensamiento muy claro,
muy crítico sobre muchas cosas y que escriben. Me dan envidia los grandes
compositores de música clásica y contemporánea que escriben maravillosamente,
tienen una idea de su obra muy clara y eso no sucede con todos los pintores.
—En
comparación con la estabilidad literaria, en cuanto a los fines y medios que
establece un escritor para expresarse, ¿la pintura es un vaivén de estilos y
caminos?
—Sufrimos mucho, sobretodo aquí en Zacatecas:
mucha gente se levanta en la mañana y dice «soy pintor» o «soy fotógrafo» o
«poeta»: ¡como si fuera tan fácil!, ¿no? (risas). Y realmente meterte de lleno
profesionalmente en una cosa de éstas pasas años y años y sientes que te va a
faltar mucha vida.
—Lo interesante
del trabajo pictórico es precisamente esa búsqueda perpetua, porque si en cinco
años logras encontrar una receta, la creatividad y la esencia artística se
acaba; como lo hemos visto tantas veces con la auto-repetición en la que han
caído inclusive grandes maestros.
—Y nunca lo vas a encontrar, y lo bueno de mi
trabajo es que la praxis está llena de pequeños triunfos diarios, por decirlo
así, pero son pequeños (risas).
—¿No has hecho grandes descubrimientos en la práctica pictórica?
—No, para nada: son cositas que suceden y te
dan una alegría impresionante, la alegría de que ya lograste algo; siempre hay
sorpresas y eso nunca se va a acabar pero aprende uno a ser más modesto y más
sencillo. De joven uno piensa que todo es fácil pero ya cuando te metes cada
vez se pone más difícil.
—Y
precisamente esa dificultad para el nacimiento de una obra maestra hace que la
creación sea más interesante.
—¡Claro, muchísimo más interesante! Las cosas se van cada vez más
para arriba y depende de con quién te quieras comparar (risas).
—Si te
comparas con un gran maestro tenderás a superarte.
—Así es, y he tenido la suerte de conocer a
grandes personajes de la pintura y de la poesía del siglo XX. Algunos que ya
murieron, otros ya mayores pero que todavía viven y que con su trabajo han
trasformado realmente la cultura occidental. Estoy hablando de los grandes
hombres realmente y ellos a su vez son las personas más sencillas que se pueda
uno imaginar y te hacen ver que todavía queda mucho por ver, por pintar, por
dibujar; muchas películas que ver.
Suscitadas por un
poema, un fragmento de la historia o un capricho del autor, las escenas nacen
del susurro que provocan sus dedos al tocar el lienzo, al llenarlo de color, al
delinear formas, al esparcirle textura e impregnarlo de olores. Las manos de Monreal forman collages donde los objetos simbólicos se
amalgaman sobre el plano con las figuras de los personajes, mediante la tibieza
de la cera que, al enfriarse, suspende el movimiento y el tiempo dentro de la
composición.
La encáustica,
ámbar de la pintura, suscita visiones donde las formas se mezclan en embriagante viscosidad. Estructuras emergen y
se escabullen por la cremosa pasta hasta que el frio las endurece y las
preserva de cualquier mano, de todo desgaste.
Monreal ha trabajado la cera hasta dominarla y manipularla en originales
creaciones donde, con mayor o menor
intensidad, siempre hay figuración. La cera como cúspide o principio de una
pieza o bien, como la sutil fuerza que contiene o desata el color; es ya una
característica inconfundible de su estilo, junto con el trazo, la composición, la
fragmentación del espacio, los relieves, los objetos y las formas que sorprenden
al espectador al tiempo que le muestran, sin lugar a dudas, la maestría de su autor.
A Poncho le quedan muchas cosas por hacer y muchas vivencias por recorrer. A nosotros nos quedan muchos temas por hablar pero tendrá que ser en otra ocasión: unos golpes en la puerta anuncian el arribo de un cargamento de obras cuyo ciclo de exhibición ha concluido. El pintor atiende a los mensajeros y en el mismo umbral, donde pasa revista a sus andarinas creaciones, nos despedimos.
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